Trabajando como parte del equipo de una escuela te das cuenta de lo vital que es sentir que escuela y familia están compartiendo información, dirección y valores. Resulta palpable en las aulas el impacto de las relaciones entre maestras, administrativos, dirección y familia.
Todas trabajando en acompañar a personas que llegan a vernos con distintos niveles de motivación. Algunos con más energía, otros con menos. Un equipo de personas enseñando, acompañando y estableciendo límites todo para impactar de una manera relevante el desarrollo de la persona humana.
Hoy, con las escuelas cerradas y con los niños en casa, familia y escuela vuelven a estar en sintonía y complementariedad. Ambas ajustándose a nuevos retos inesperados. Aprendiendo de aulas virtuales y modalidades de aprendizaje a distancia, probando nuevas plataformas para reunir al equipo y escuchándose en medio de pensamientos de incertidumbre y ansiedad.
Y es ahí donde la educación en este momento tiene un papel especial. Educar en incertidumbre y cambio es difícil. A nuestra mente le gusta pensar en lo que puede solucionar, y lo predecible. La mente en modo solución de problemas nos ha llevado lejos anticipando problemas y soluciones. Pero nuestro actual contexto nos abre la oportunidad de hablar de incertidumbre en nuestras casas, de tener conversaciones honestas sobre cómo nos sentimos y qué nos asusta. Nos obliga a revisar recursos conocidos que a veces olvidamos que tenemos, para superar lo que no conocemos.
La incertidumbre y el no saber es parte de nuestra condición como humanos. Y citando a Edgar Morin es "necesario aprender a navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza."
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