Pero, Nicole, ¿qué hay de malo en creer que existen "las almas gemelas"?
Leyendo Facebook me detuve en una publicación, probablemente por la foto. La imagen mostraba una persona en sus treintas con un vestido "desenfadado" en un jardín precioso. Rodeada de luces y de flores naturales, con un columpio rústico en el fondo. Yo le agregue unos detalles con mi imaginación y la magia estaba hecha: un click y a volar al universo Pinterest.
La publicación incluía una reflexión sobre la importancia de "dejarse ser feliz" e implicaba que esta actitud, sumada al éxtasis de saberse dichosa de encontrar a "la pareja perfecta", era básicamente la receta ideal para ser felices y la garantía de bienestar y conexión que tantas personas anhelamos.
Mientras leía esto sentí una especie de enfado y mi cuello se tensó. ALERTA!! Empieza mi monólogo interior. Después de un rato de discutir conmigo misma llegué a la conclusión de que quería respetar el derecho individual y colectivo de esta creencia, pero quería reflexionar sobre algunos efectos de pensar de esta manera.
Uno de los efectos de pensar que exista una persona perfecta para nosotros es que conlleva a pensar que las relaciones son fáciles e inmunes a los problemas. Nos genera una suerte de promesa de que todo irá bien sin mucho esfuerzo, ya que hemos encontrado una persona específicamente diseñada para nosotros.
Pensar que las cosas van a ser fáciles y sencillas tiene algunos efectos que yo catalogo como positivos, pero tiene un punto simplista que en vez de aliviar complica.
Muchas parejas cuentan historias de cómo eran al inicio de su relación, los sentimientos que expresaban, las aventuras en las que participaban, la pasión de los encuentros y una complicidad especial que con el tiempo consideran, se ha esfumado. Después de un tiempo de esperar que el compañero asista a reuniones familiares o marque límites con sus hermanos, aparece la idea: "no éramos el uno para el otro", y eso sumado al fast food del divorcio es el resumen de una historia que podría haber sido diferente.
Las relaciones están vivas y suceden en un espacio entre un individuo y otro. A menudo olvidamos que responden a aquello con lo que las alimentamos, y esto incluye las ideas, expectativas y valores.
Relacionarnos con la imperfección, la aceptación y el conformismo puede parecer trillado, pero lo cierto es que vivimos inmersxs en una cultura que nos premia cuando alcanzamos metas, emprendemos negocios y cuando no nos conformarnos. Por el contrario, buscar el "self-improvement" está a la orden del día. Y esto no escapa a nuestras relaciones.
Ver a nuestras parejas como seres imperfectos puede conllevar una cierta incomodidad porque también implica que nosotros no somos perfectos. Existe una cierta desilusión cuando abrimos la puerta a la vulnerabilidad del otro que nos hace de espejo, y nos recuerda que la vida, las personas y el bienestar muchas veces son un seis y medio y no un diez o un cero. Aceptar el gris es parte del reto de una relación.